Seguimos metidos en casa por la pandemia que nos ha cambiado la vida y marcará un antes y un después en todo y para todos. Es un buen momento para hacer varias reflexiones sobre el futuro de los empleados públicos.

En primer lugar, quiero hablar sobre los sanitarios, ya sean médicos, enfermeras, celadores y demás personal que trabaja en hospitales y centros de salud. Ahora se les aplaude y se valora su decisiva labor para luchar contra el virus, pero no hace falta hacer mucha memoria para recordar que esto no era así antes. De hecho, había personal de seguridad en las urgencias de los hospitales para evitar agresiones y no poca gente desconfiaba de los médicos, además de las denuncias que recibían por supuestas negligencias. Las desgracia de perder a un ser querido es dura de digerir y puede llevar a las personas a reacciones que ni siquiera hubiesen imaginado.

La pregunta es cómo serán valorados cuando superemos la crisis del Covid-19. Tengo una cosa clara, la función que realizan es clave para el bienestar y sostenimiento de cualquier sociedad porque si hemos aprendido algo estos días es que la salud es lo primero (en realidad ya la sabíamos, pero estábamos entretenidos en el frenesí de nuestras vidas), y sería de justicia que sus condiciones laborales, su remuneración y los medios que utilizan estuvieran acorde a ello. Esto no quita que son personas y, por tanto, hay profesionales mejores y peores, más hábiles y menos, más perspicaces y menos, más educados y menos, más empáticos y menos, más resueltos y menos, más involucrados y menos… y que tienen días mejores y peores, como nos pasa a todos, y no son dioses, hay veces que no se puede hacer más por mucho que se intente. En definitiva, que no se debe generalizar.  

En segundo lugar, no me sorprendería que funcionarios y personal laboral viéramos reducido nuestro sueldo en breves fechas. Quizá sea algo frívolo hablar de esto cuando muere gente y otros se quedan sin trabajo, mientras nosotros lo tenemos asegurado, pero es un debate que no tardará en llegar. Es la receta habitual cuando nos enfrentamos a una crisis y he de decir que me parecería lógico, pero siempre dentro de determinadas condiciones y un orden.

Por una parte, sobra decir que ese dinero debería emplearse para subsanar necesidades perentorias, por ejemplo a mejorar el sistema sanitario, tanto a nivel de personal como de material y en investigación, porque si no hacemos esto ahora, ¿cuándo lo haremos? Pero quizá sea mucho pedir para la clase política, la cual por cierto dudo mucho que ni siquiera se plantee predicar con el ejemplo. Viven del trabajo de los empleados públicos pero muchos de ellos se olvidan de esa cuestión esencial.     

Por otra parte, cuando me refiero a que la bajada sea dentro de un orden, pienso sobre todo en la paga extra de junio. Vale, sería mucho dinero para emplear en otras cosas, pero pensando en la economía tan maltrecha en casi todos los ámbitos, ¿quién va a consumir? Pues aquellos colectivos que tienen el puesto de trabajo fijo y si resulta que éstos ven seriamente mermados sus ingresos…, pues estamos apañados. Esto es la pescadilla que se muerde la cola.

Para terminar, quisiera referirme a cómo ha cambiado la perspectiva con esta pandemia. Antes vivíamos encorsetados por el horario: madrugar, cumplir un mínimo de horas al día y cuadrar las horas mensualmente, y estábamos deseando volver a casa para descansar y desconectar, apenas valorábamos actos cotidianos como por ejemplo ir y volver andando al trabajo y disfrutar del camino. Sin embargo, ahora estamos encorsetados por las paredes de nuestra casa y estamos locos por salir de ellas y desconectar (de otra forma), y daríamos cualquier cosa por hacer ese recorrido a pie por nuestra ciudad o pueblo hasta nuestro puesto de trabajo y valoraríamos cada momento del mismo. Nos conviene no olvidar lo que ahora anhelamos.