ESPACIOS LIBRES DE HUMO

13.05.2018 10:28

Una mañana cualquiera de un día laboral cualquiera, en una oficina cualquiera de un centro de trabajo cualquiera de una Administración Pública cualquiera, pleno invierno, temperatura 0ºC en el exterior (nada extraño en ese lugar para esa época del año), funcionarios en sus puestos de trabajo, ventana abierta ¿Cómo? ¿La ventana abierta con esa temperatura? Sí, varios de esos funcionarios son fumadores y fuman en su puesto de trabajo, así que los que no lo son abren la ventana para que salga el humo, aunque sea a costa de cogerse un buen catarro. Esta podría ser la descripción de cualquier oficina en los años 70, 80 e incluso principios de los 90 del siglo XX. Los no fumadores debían aguantar las costumbres de la marea de fumadores, era algo habitual, lo extraño era encontrar alguna oficina sin ellos. Los consumidores de una droga socialmente aceptada tenían más derechos que los no consumidores, algo que visto con la mentalidad actual parece una aberración, pero entonces las cosas funcionaban así.

 

Este artículo viene a colación de una conversación que tuve con mis compañeros hace unos días en la que salió a relucir este tema. Son mayores que yo y vivieron esa época, así que les pregunté cómo hacían para soportarlo. Su respuesta fue clara y resignada, no cabía otra que aguantarse, los fumadores tenían derecho a fumar en cualquier dependencia en el interior del centro de trabajo y no se podía hacer nada para evitarlo. Si el fumador se “apiadaba” de sus compañeros podía irse a fumar a los servicios o a otro lugar que no fuese la oficina pero no tenía obligación de hacerlo. Esto pasaba en los centros de enseñanza, las universidades, los consultorios médicos, los bares, los restaurantes… en definitiva en cualquier lugar público o privado.

 

Afortunadamente, la percepción del tabaco fue cambiando con el tiempo, pasando de ser un hábito muy extendido en toda la sociedad y que era sinónimo de modernidad, distinción, libertad y madurez, a ser visto como un producto nocivo y muy adictivo cuyo consumo debía desaconsejarse y limitarlo al ámbito privado siempre fuera de lugares cerrados, tal y como refleja la legislación española en la actualidad.

 

La nueva legislación hizo que los fumadores buscaran nuevos lugares para continuar con sus hábitos. Nada agudiza más el ingenio que una prohibición y especialmente si se trata de un producto tan adictivo como el tabaco. Así se les puede ver en las puertas de entrada de los edificios, pero también en otras localizaciones menos “visibles” como terrazas, patios interiores o escaleras de incendios, por citar los más habituales.

 

La pregunta es si las restricciones impuestas a los fumadores han hecho que se reduzca su número. Según mi experiencia laboral, creo que, en general, la inmensa mayoría de ellos han aceptado de buen grado acotar los lugares de consumo, o al menos se han acostumbrado, y pienso que es obvio que hay menos consumidores que en décadas anteriores, pero hay un hecho que me sigue pareciendo muy preocupante: el tabaco continúa siendo una droga aceptada como algo normal en la sociedad y esta tolerancia no tiene visos de cambiar a corto plazo. Por edad, mi sensación es que la proporción de funcionarios jóvenes que fuman es bastante inferior a los de mediana edad e incluso menor que los que están en sus últimos años de carrera. Y en cuanto al género, he de destacar que las mujeres fuman más que los hombres o al menos eso me parece a mí, quizá tenga esa impresión porque 2 de cada 3 empleados de mi Administración Pública lo son y eso hace que cuantitativamente haya más fumadoras, aunque quizá no proporcionalmente, pero yo diría que sí.

 

Otra cuestión es si ahora consumen menos, si el sacarlos fuera ha hecho que fumen menos cigarros de media cada día. En este caso opino que no, que en este aspecto la incidencia ha sido nula o casi nula y además han obtenido una ventaja respecto al resto de empleados públicos. Ellos, como fumadores, tienen derecho a salir a fumar cuantas veces quieran cada jornada sin que nadie les restrinja ni el número de salidas ni la duración de estas. Más a mi favor, suelen salir en grupo para hacer pequeñas tertulias que por norma general se prolongan entre 5 y 10 minutos.

 

Ya sabéis que a mí me gusta hacer cuentas para hacerme una idea del impacto de cualquier acción u omisión y poder comparar. Así pues, un funcionario que fume un cigarro cada hora, si está las 8 horas habituales, hará unas 6 salidas si consideramos que ya ha consumido su dosis antes de llegar al trabajo y se toma otro en el descanso, por lo tanto se “fumará” entre 30 y 60 minutos de cada jornada laboral (nunca mejor dicho). Es una escusa magnífica para ausentarse del puesto de trabajo, no conozco otra mejor, pues nadie le pone coto. Imaginaos que los no fumadores nos fuéramos 5 minutos cada hora a escuchar música, a jugar con el móvil, a bebernos una cerveza, tomarnos un café, a hablar por teléfono con la novia, a echarnos unas risas porque sí… ¿Nos llamarían la atención? Seguro que sí, con razón y en seguida. En consecuencia, si no fuera por lo malo para la salud que es y el olor que deja, todos los empleados públicos deberíamos salir “a echarnos uno” o los que hicieran falta.

 

Una vez hechas estas reflexiones, he de decir que no tengo nada contra mis compañeros fumadores. Son personas mayores de edad en pleno ejercicio de sus facultades que han decidido voluntariamente consumir tabaco sabiendo de sus contraindicaciones y lo hacen fuera del centro de trabajo. Hasta aquí todo correcto pues lo que cada uno hace con su cuerpo y su salud sin molestar al prójimo es cosa suya, pero creo que han heredado una serie de derechos que el resto no tenemos y sería conveniente no hacer distinciones, si se busca la igualdad debería aplicarse en todos los ámbitos y éste no ha de pasarse por alto.