ÉRASE UNA VEZ...LA CASA DE LOS TRAMPOSOS

03.11.2019 12:03

Esta es una historia sobre empleados públicos. Los personajes y hechos retratados en este artículo son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas o con hechos reales es pura coincidencia.

 

La leyenda era conocida por todos los empleados del edificio: los veteranos, los recién llegados, los que después de pasar por allí habían cambiado de destino y a buen seguro que la conocerían los que allí trabajasen en un futuro. La fama la precedía y los trabajadores la contaban a cualquiera que quisiera escucharla porque era difícil de creer, pero a ellos se la habían transmitido y estaban en la obligación de hacer lo mismo.  

 

Se produjo en una época en la que la instalación que protagoniza este relato contaba con una plantilla de unos 30 empleados públicos y en la que se dieron muchas “situaciones peculiares” en la misma (cada uno que lo juzgue como quiera):

 

- Una funcionaria estuvo más de un año de sin acudir al trabajo, enviando partes de baja pero sin ponerse en contacto con sus compañeros para explicar su situación, hasta que le concedieron la incapacidad permanente absoluta. Nadie sabía nada y, desde el principio, nadie hablaba de ella, como si nunca hubiera trabajado allí. Se había evaporado de la noche a la mañana y los pocos que quisieron interesarse chocaron con un muro de silencio e indiferencia. Era un tema tabú que acabó de la peor forma, con los afectados indignados por el comportamiento de la una y el ninguneo de los otros.

 

- Otra funcionaria se lesionó en un “desafortunado” accidente laboral y desapareció de la escena sin sorprender a nadie, puesto que por su forma de actuar parecía que lo buscaba desde hacía bastante. Fue protagonista durante un tiempo lejano en el que tuvo el favor de los que mandaban, pero luego volvió a ser una más y se esfumó como si nada. Se había ganado la enemistad de casi todos por su egoísmo y sus nulas ganas de trabajar.

 

- Una empleada laboral tuvo un percance a los pocos minutos de empezar una nueva etapa dentro de la casa, peor remunerada que la precedente, y, desde entonces, sólo se supo que se tomaba el alta para el verano (no trabajaba en esta época) y una nueva baja para el otoño como un bucle indefinido. Era mujer de costumbres y lo llevaba a rajatabla. Lo bueno era que no cogía desprevenido a nadie.

 

- Otro laboral, en este caso temporal, al saber que un fijo iba a coger “su puesto”, tuvo un súbito empeoramiento de salud y dejó tirado al centro, que se quedó dos meses sin la única persona que llevaba a cabo esas funciones. Durante su etapa en el trabajo no pasaba desapercibido, pero no precisamente por su esfuerzo y dedicación.

 

- Un funcionario que llegó como “fichaje estrella” mediante comisión de servicios acabó siendo declarado culpable en un proceso judicial que no hablaba muy bien de él como persona ¿Y qué pasó? Silencio sepulcral entre los que mandaban e incredulidad entre los trabajadores ¿Y qué hizo? Incapacidad temporal, parece que las regalaban y se cogían como si fueran vacaciones.

 

La historia era desoladora: incapacidades temporales que se conviertían en permanentes absolutas, otras que se eternizaban, otras repentinas previas al cese o para evitar un escándalo y otras de ida y vuelta adaptadas a sus necesidades ¿Qué cachondeo era este? ¿Cómo era posible un porcentaje tan elevado de IT “a la carta” en tan poco tiempo en el mismo centro de trabajo?

 

La culpa era doble: por un lado, de los que perpetraban semejante engaño a la Administración y se reían de sus compañeros; por otro lado, de los jefes que no informaban al resto de empleados sobre estas situaciones y los trataban como tontos. Y los paganos, toda la ciudadanía que pagaba con sus impuestos las incapacidades temporales de estos “enfermos selectivos” y los compañeros de trabajo que se sentían insultados y agraviados por unos y por otros.