El estigma de los funcionarios
En este artículo quiero analizar la visión que tiene la sociedad en general sobre los funcionarios. Si hay algo incuestionable es que no dejamos indiferente a nadie y la mayoría de la población tiene una idea preconcebida sobre nosotros.
Hay en España una opinión negativa, diría que generalizada, hacia los funcionarios. Cuando me preguntan por mi profesión y digo que soy empleado público, la reacción de mi interlocutor, expresada verbal o gestualmente, suele ser “¡qué chollo!” o “¡qué bien vives!”, como si fuera de una raza especial o viniera de otro planeta al que esa otra persona no pudiera acceder.
Se nos tilda de vagos, acomodados, vividores, improductivos, displicentes… Se piensa que ganamos mucho y trabajamos muy poco, que estamos siempre de vacaciones o disfrutando de moscosos, que nos pasamos el día de tertulia y en el bar, que somos egoístas y solo pensamos en cobrar más, que hemos entrado enchufados y no damos un palo al agua…
En tiempos de bonanza económica somos los grandes olvidados. Los gobiernos apenas nos suben la nómina, con suerte el IPC y a veces ni eso. Por otra parte, cuando el paro no es un problema, ser funcionario no es una opción prioritaria para la sociedad, prefieren puestos en los que se gane más dinero aunque te puedan echar a los dos días o trasladarte a la otra punta del país o del planeta. En esta época somos unos “pringaos”.
Sin embargo, la crisis hace cambiar radicalmente la visión sobre los empleos públicos. Entonces pasan a ser puestos muy atractivos, con sueldos que no son para tirar cohetes pero tampoco malos y, sobre todo, son apreciados por la estabilidad que otorga la permanencia. Los procesos selectivos se saturan y las academias hacen el agosto. Desde otra vertiente, enseguida aparecen las voces que piden recortar el sector público y bajar el sueldo a los grandes culpables de la situación, los funcionarios. Nos recortan derechos, nos quitan pagas extra y moscosos y perdemos poder adquisitivo, pero somos envidiados.
A todo aquel que opina que ser empelado público es un chollo le digo que si tan bien se vive, ¿por qué no se presenta a las oposiciones? La respuesta es sencilla, sacarse unas oposiciones supone un gran sacrificio. Dedicas varios años de tu vida a estudiar, habitualmente compaginándolo con un trabajo en el sector privado o como funcionario interino y quizá con obligaciones familiares, usando las vacaciones y moscosos para el sprint final antes de los exámenes, dejando de salir a divertirte con amigos o familia, renunciando a muchas cosas… Estás todo el día pensando en la oposición, apurando cada hora libre del día para estudiarte medio tema y con esa voz de la conciencia que te dice que haces mal si te tomas alguna pequeña licencia.
Y luego está el proceso selectivo, generalmente muy exigente y que puede ser terriblemente cruel. Tanto tiempo estudiando para luego jugarte tu futuro en un par de horas. Sacarlo a la primera es casi una quimera por la falta de experiencia y la competencia salvaje contra opositores que tienen “el culo pelao”. Además, no existe término medio, el éxito absoluto que te lleva a una nueva vida o el completo fracaso que te hunde en más tiempo de vida espartana puede decidirse por centésimas después de varios exámenes.
La envidia es un problema extendido en España. Aquí, a diferencia de otros países como Estados Unidos, se tiene mal visto al que triunfa fruto del esfuerzo y el sacrificio, valores culturales denostados. El planteamiento es que no se traga que el vecino haya conseguido algo importante aunque se lo haya ganado a pulso con el sudor de su frente. Es decir, si yo estoy mal pero el de al lado peor es un alivio.
Se tiene envidia de los funcionarios porque, salvo casos extremos, tenemos el futuro laboral resuelto y estabilidad económica para toda la vida, porque no nos pueden mover al del puesto, porque tenemos días de libre disposición…
Si algo puedo asegurar de mi experiencia en la Administración es que entre los funcionarios hay de todo, como en cualquier otro trabajo. Hay excelentes profesionales, gente muy comprometida, vagos redomados, caraduras o los que se decantan por la ley del mínimo esfuerzo. La diferencia con el sector privado es que no existe la amenaza del despido y eso se nota. Hay épocas de más trabajo y de menos y la forma en que se hacen las cosas depende en gran medida del grado de responsabilidad y los valores de cada uno.
Por eso, aprovechando esta tesitura en la que el puesto no corre peligro, los sinvergüenzas sacan tajada. Pero también hay que considerar que los méritos no se valoran y eso desincentiva. Puede que seamos poco productivos, pero ¿cómo mides la productividad? Es un terreno complicado con difícil solución.
Los funcionarios no somos diferentes al resto, los hay mejores y peores, justitos y brillantes, “listos” y sin ánimo de notoriedad…. Nos hemos sacrificado y hemos conseguido un puesto para toda la vida (salvo los enchufados, pero esa es otra historia para más adelante) y por eso nos envidian, en especial cuando vienen mal dadas. La sociedad actual nos ha marcado, tenemos un estigma que nos acompañará el resto de nuestra resuelta vida laboral (ajo y agua).